Verano y Vacio comienzan con V

Llegamos al taller de escritura con una mezcla de emoción y expectativa. Ya casi me sentía en familia antes de arribar porque una de las organizadoras del evento se ofreció bondadosamente a transportarme y, para mi sorpresa, también viajaron con nosotras la instructora y dos participantes más; así que para cuando entramos al salón ya habíamos compartido historias y risas.  Las aulas solitarias marcaban la estación veraniega, los pasillos silenciosos y los asientos vacíos compartían una cierta nostalgia por el ruido de los pasos y la algarabía de los jóvenes que probablemente ni se acordaban de la universidad en esos momentos.
Comenzamos con una invitación a escribir en pocas palabras nuestra historia y lo que nos había llevado a participar.  Aparte de las anotaciones en mi diario, no escribo; así que después de un párrafo muy formal anunciando mi nombre, procedencia y generalidades por el estilo, quedo en el limbo, sin saber cómo continuar.  Mi mente es una pizarra en blanco; “¿y ahora qué?” Me digo. Veo a mis compañeros muy afanados moviendo su mano sobre el papel , y yo en la tierra del ensueño. Paseo  mi vista por el espacio que nos acoge y empiezo a notar  palabras sin expresión por dondequiera, escurridas por las paredes,  colgadas del techo,  revoloteando sobre nuestras cabezas,  adheridas como calcomanías al pizarrón, algunas pegadas de la ventana intentando escapar, otras cuchicheando entre sí;  Por allá, en una esquina, diviso varias tristes y encogidas rumiando la pena de no ser escuchadas. Otras hasta se han desbaratado por la tristeza y han  soltado las letras;  En otra esquina las H observan todo en perpetuo  silencio, otro rincón acumula zetas durmiendo a zigzag suelto;  las jotas gritan “que aburridas” y su jolgorio despierta entusiasmo, envidias y molestias.  Hay un grupo  que ha decidido salir al pasillo, curioseando por todas partes se dispersan aquí y  allí tratando de encontrar una garganta por donde brotar, una mano que las deje caer sobre el papel, algo que las saque del terrible mutismo  en que se hunden cada verano;  la impaciencia las rebosa y deciden asomarse por la puerta, se escurren por el corredor, bajan por las escaleras saltando los peldaños  o las más atrevidas se deslizan por el pasamanos de la escalera, aterrizan en el piso bajo y las sorprende el olor de un caldo que se cuece en la cocina, la curiosidad las lleva de un tirón a la estufa;  “quiero hacer una sopa de letras” exclaman algunas y saltan de una vez a la olla, varias se quedan en la retaguardia poniendo en tela de juicio la sensatez de  sus compañeras. Una de ellas se sube al hombro de la cocinera y comienza a leer los vocablos que se van formando; “ no se muevan que deforman las palabras!” les grita a un par de letras que nadan por los bordes de la cacerola; “¿Por qué no saltas tu acá en vez de estar dando órdenes?” le contesta una vocal, “a ver si te gusta quemarte  el rabo”. Un signo de interrogación salta al líquido caliente para apoyar la frase de su compañera,  porque el solo no tiene sentido.  
 Las otras palabras ni siquiera se asoman por el fogón, jubilosas empujan las grandes puertas de la entrada e impetuosamente  se abalanzan sobre las baldosas asoleadas.  Saltando de alegría y guiadas por el sonido cantarín del agua llegan a las dos grandes fuentes que abrazan la curva de la vereda; sin pensarlo dos veces, se desgranan en el agua y se convierten en letras sueltas por un rato para luego tomarse de la mano y formar un coro que sigue las notas que el agua va entonando.  “Esto es vida!  Ya no se si volver al salón de clases” se escucha decir a una de ellas. “Claro que volverás”, contesta otra, “aquí no podemos ser escuchadas mas que por nosotras mismas, los estudiantes dan sentido a nuestras vidas. Pero si podemos quedarnos aquí hasta que regresen”.
Las restantes contemplan un rato el escenario y deciden aventurarse a otros destinos. He oído hablar del “Paseo del Rio” comenta una, tal vez podríamos llegar hasta allá si nos apoderamos de algunos de los turistas  que abundan en esta  época. Las veo continuar su loca carrera hacia el estacionamiento, hasta que se pierden de vista.

Al cabo de un largo rato veo regresar al aula a todas las aventureras, menos las que decidieron convertirse en alimento.  “Este es nuestro hogar, me dicen y estamos aquí para que nos utilices; anda, toma el lápiz y comienza, nosotros desfilaremos por tu mente y tú vas escogiendo lo que encaje en tu historia”.  Las zetas comienzan a despertar y las haches me hacen señas para que las incluya.  Y así, agradecida,  puedo terminar mi pequeño relato. 

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